sábado, 25 de abril de 2009

En el espejo

Castellón. Año 1994. Primavera. Una hora indeterminada, entre las cinco y las ocho de la tarde, en un aula de la Facultad de Empresariales.
Cerca de cincuenta alumnos atienden, atendemos, a la explicación de un desmotivado profesor. Creo recordar que era la clase de Contabilidad, o tal vez fuera Historia, lo mismo da. Yo ocupo mi sitio en una de las últimas filas de la clase.
En mitad de la explicación una de las puertas se abre y entra en el aula un joven. Como suele suceder en estos casos toda la gente mira al recién llegado, acto seguido la práctica totalidad de la clase se gira hacia mí. Yo continúo mirando al nuevo, sorprendido y algo avergonzado por este protagonismo no deseado. Unos segundos después el chaval da media vuelta y se va por donde ha venido. Yo me quedo allí, pasmado, viendo como se cierra la puerta tras él.
Dicen que, en algún lugar del mundo, todos tenemos un doble idéntico. Aquella tarde, en aquella aula, el mío vino a verme.

miércoles, 22 de abril de 2009

Las chicas son guerreras


(Puede que me haya quedado un poco machista. Ha sido sin querer, nada más lejos de mi intención.)

Tuve hace tiempo una compañera que dio sus primeros pasos en la empresa como becaria, posteriormente llegó a jefa de producción.

Se presentó en mi oficina una mañana a principios de verano con el entusiasmo que solo puede irradiar un recién licenciado. Ese ardor, esas ganas de comerse el mundo, en fin, la juventud, divino tesoro.

Llegó, decía, y, tras ponerse al día del funcionamiento de la oficina y una breve entrevista con la jefa de obra, se marcho hacia la obra con la misión de controlar de primera mano los trabajos que allí se efectuaban, supervisando a los encargados de obra.

Al cabo de menos de dos horas ya había llamado el encargado de obra diciendo que si aquella chiquilla volvía a pisar la obra él se iba. Lo que se dice entrar por la puerta grande.

Dejando a un lado el talante poco dado a las supervisiones de los encargados, diría que mi compañera era, y supongo que sigue siendo, de esas mujeres que, para contrarrestar un posible rechazo machista o para evitar posibles acusaciones de debilidad femenina en un ambiente eminentemente masculino, entran mordiendo a todas partes, sobretodo en el ámbito laboral. Podríamos llamarlo agresividad preventiva.

En un momento puntual hará unos años, y excluyendo a los encargados de obra, todos mis compañeros de trabajo eran mujeres, ocho para mí solo en una caseta de obra. El ambiente de trabajo era irrespirable. Se habían creado dos grupos enfrentados entre sí con algunos individuos neutrales, yo entre ellos, y la tensión se mascaba a diario. Las asociaciones feministas se quejan, a menudo con razón, del trato que reciben las mujeres por parte de los hombres en los centros de trabajo pero alguna vez deberían fijarse en el trato que se dispensan las mujeres entre sí. Es como una especie de imitación de la película “Los inmortales”: solo puede quedar una.

Cuando, tras unos meses, se contrató un ayudante de jefe de obra, un hombre, os aseguró que lo recibí como si un hermano volviera de la guerra, casi con lágrimas en los ojos, y eso que ni siquiera le gustaba el fútbol.

martes, 14 de abril de 2009

Padrí Pollós

Pues llegó el famoso día. Y pasó. Y lo disfrutamos, sobretodo la comida. Y bien está lo que bien acaba. Y no vuelvo a pisar una iglesia, por lo menos hasta que lo diga mi mujer.

No fue tan grave, incluso fue divertida la misa, y pronto olvidaré las cosas que no me gustaron y me quedaré solo con lo bueno Sentaros que os lo cuento.

Veinte personas en una iglesia en la que caben cerca de mil y ocupamos doce bancos, empezamos bien.

El cura que parece que está siguiendo un guión de los Monty Python. Lo mismo riñe a mi suegra por traerse el agua de casa (del rió Jordán, ojito) que se pone a farfullar ante el micrófono y no lo entiende ni el Tato, todos mirándose con cara de poker y a mi entrándome la risa floja.

Para continuar se lía a pedir la intercesión de todos los santos, uno por uno, y cuando lleva cerca de quince yo ya no puedo aguantarme y empiezo a descojonarme por lo bajo ante las miradas asesinas de mi mujer. Juro que tengo una herida en el labio de los mordiscos que me di para tratar de no reírme.

Tuvo tiempo el amigo, durante el sermón, de acordarse de Zapatero y de los moros que viven en España, pidiendo su inmediata expulsión. “Ellos vienen en patera pero nosotros saldremos nadando” fueron sus palabras textuales. Digno de España 2000 o Fuerza Nueva. Aquí mi mujer me miraba suplicándome para que no le contestara y no lo hice, esto compensa lo anterior, pero no creo yo que el bautizo de mis hijas sea el momento de andar lanzando soflamas xenófobas.

Como colofón al hombre no se le ocurre otra cosa que hacernos volver junto a la pila bautismal porque considera que el fotógrafo no estaba en el ángulo idóneo para hacer las fotos. Encima, como no iba a bautizarlas dos veces, pues todos posando como si estuviésemos en el momento en cuestión. Puro surrealismo.

Menos mal que de ahí pasamos a la comida donde disfruté bastante de la conversación con mi padre y, sobretodo, con mi primo que me comentó que está organizando un concierto de Seguridad Social para Junio y, no sé si lo sabréis, pero yo he cantado “Chiquilla” en todos los garitos a este lado del Rió Mississippi, incluido el banquete de mi boda. Así que, desde ya, me toca preparar el terreno para pedirme libre esa noche en casa y recordar viejos tiempos.

Huelga decir que, tras dos míseras copas, al día siguiente me levanté resacoso. Los años no perdonan.

En fin, una comilona más, un sacramento menos. La vida sigue.

PD: Voy a ser tío y padrino de una estrella del porno. Ayer me enseñaron la ecografía y lo que venga o es el trípode de un fotógrafo o el chaval está tan bien dotado como su tío (mi hermano, por supuesto, no yo).


viernes, 10 de abril de 2009

Batallas perdidas

Dicen que un hombre debe saber escoger las batallas que libra. Supongo que será para ganar el mayor número de ellas o para no mojarse si no es con una victoria segura en el horizonte. Lo supongo, digo.

Mi última refriega todavía está reciente. Esta vez el enemigo era poderoso. Avanzaba lenta pero inexoráblemente sobre el campo de batalla. Sabedor de su superioridad y de que, cuando ésta es tan amplia, cualquier sacrificio es lastimoso por innecesario. Tal era mi inferioridad, tanto en numero como en preparación, que mi rival, mas que atacarme, me ha ignorado. Con lo que eso duele.

Esta vez, como tantas otras veces, he perdido. Finalmente, cautivo y desarmado, cedo ante el empuje de mi mujer, mi suegra, mi madre y demás marujeo de mis familias, la natural y la política.

Este fin de semana bautizamos a las niñas. Apúntate una Rouco, pero esto no quedará así. Pienso echarme al monte. Amén.

martes, 7 de abril de 2009

Al talego

Hoy me he levantado intransigente, intolerante. Pelín cabrón, vamos.
Hoy he pensado mandar a alguno al talego en plan "ahí te pudras". No dos años, ni cinco ni diez, sino hasta que a mi me dé la gana. Y da gracias que no me decido a proponer la guillotina en plaza pública como método de escarmiento. Ya os digo que hoy tengo el cabrón subido.
A bote pronto se me ocurren algunos voluntarios: taxistas y camioneros, por razones obvias; todos los presidentes de Real Madrid posteriores a Ramón Mendoza, particularmente uno pero es un tema personal entre él y yo (ya te pillaré otro día) o los padres de los niñatos a los que ahora les ha dado por ir enseñando el calzoncillo entero, con su culo y todo, por encima del pantalón. Todos estos me valdrían, digo, pero me centraré en otro tipo.
Nuestro protagonista de hoy será el guionista de los anuncios de CCC, los de la radio, particularmente los que tienen que ver con la construcción. Todos los anuncios de esta empresa me despiertan vergüenza ajena pero los de construcción me ponen de una mala leche brutal. Será porque es mi ámbito de trabajo y sé cómo está el percal.
Hay uno que me trae loco: un pipiolo, con voz de estar aún en edad de practicar contumazmente el onanismo, le comenta a otro que, gracias al curso en cuestión, le van a hacer encargado de obra en un santiamén, que se lo ha dicho su jefe. Pobre infeliz. Conozco cuadrillas de encofradores que desayunan pardillos de estos todos los días acompañados del tercer sol y sombra de la mañana; el mío sin hielo, chata.
El que escribe estos anuncios no ha visto una obra ni de lejos. No conoce la mezcla de seres que la pueblan, cada uno con su nacionalidad, su raza, su credo y sus historias. Aunque, en mi opinión, el obrero de la construcción ya constituye una raza en si misma (me extenderé sobre esto otro día, lo prometo).

Querido estudiante de CCC:
No es que quiera joderte la ilusión pero alguien te lo tenía que decir. Entre tú y un encargado de obra gordo y cincuentón, borracho, putero, jugador y que probablemente le robará a la empresa con las horas y los materiales (tu no lo harás porque no sabes) la empresa elegirá al otro, seguro. Entre otras cosas porque lleva más mili que el palo de la bandera y se las sabe todas, las buenas y las malas. Lo siento, chaval.
Así son las obras y así te las hemos contado.

jueves, 2 de abril de 2009

La gloria del 867

Una de las preguntas que más veces me han hecho los últimos años, sobretodo mi padre, es ¿Porqué corres?

Hay gente que, en estos casos, respondería que lo hacen por salud, bienestar, relajación, etc.…Yo no estoy en éste grupo. Respeto, e incluso admiro, a la gente que es capaz de salir a correr únicamente por el placer de correr. Yo lo hago, ocasionalmente, pero sé que a la larga terminaría dejándolo. No es suficiente.

Yo corro, habitualmente, porque tengo un objetivo y es ésta meta la que me motiva para salir a correr. Si no pensara en los días que me quedan para el maratón no sería capaz de levantarme a las 8 de la mañana, el día de Navidad, para salir a hacer unas series, imposible.

Esto lleva inevitablemente a la otra gran pregunta: ¿Por qué tanto esfuerzo para quedar en el puesto 867 de una carrera, llegando una hora después del ganador? Esta sí que es difícil de responder, mucho menos explicar, a alguien que nunca se ha situado en la línea de salida de un maratón.

La respuesta, en mi caso, está en la sensación de superación personal, siempre enfrentada a la posibilidad, presente y cercana, del fracaso.

Durante años he practicado infinidad de deportes y en todos ellos me ha jodido enormemente perder, desde pequeño. Lo mismo daba una pachanguita de fútbol sala que un partido oficial de baloncesto: si hay que jugar se juega, y nos divertimos, pero al final, si ganamos, mejor. En todos estos deportes el ganador estaba claro: el que más goles o puntos tuviera. No había lugar a la interpretación.

Hace unos años que dejé todos los deportes excepto la carrera a pie. No compensaban los dolores y las lesiones el ganar un partido de solteros contra casados. Y entonces, cuando me centré en las carreras, fue cuando descubrí al rival mas fuerte que jamás he tenido: yo mismo, y lo que es peor, yo mismo con un cronómetro. Por muy bien que me salga una carrera siempre habrá una vocecita en mi interior diciéndome que podría haber bajado el tiempo unos segundos.

En el mejor de los casos, si la carrera ha sido realmente excepcional, la vocecita aparecerá solo para marcar el objetivo del año siguiente: “Has estado bien, vale, disfruta, pero el año que viene hay que rebajarlo diez minutos. Ah!, y fulanito ha vuelto a ganarte, a ver si espabilas”. Y tu te quedas dándole vueltas al entrenamiento para el año que viene y a qué hará fulanito para acabar ganándote siempre.

El año siguiente, tras meses de sacrificio y entrenamiento, si logras alcanzar el objetivo establecido, es cuando aparece la sensación de superación, es cuando el corredor 867 alcanza su momento de gloria (particular, intransferible y rara vez comprendida). Es una sensación brutal, indescriptible, adictiva. Pero efímera. La voz interior siempre vuelve y marca nuevas metas.

Ahora ha vuelto y ha lanzado su reto: “Maratón de Valencia 2010, 3 horas y 15 minutos. ¿Te atreves?”