lunes, 25 de enero de 2010

1:29:54

El domingo me dí un madrugón de los que duelen. Salí de casa cuando aún no estaban puestas las calles y me metí entre pecho y espalda cerca de 200 kms de coche con la única intención de correr una Media Maratón. ¿Mereció la pena? Rotundamente sí.


Desde ahora la insigne villa de Santa Pola ha dejado de ser conocida por sus playas, sus salinas, su isla de Tabarca o su Avenida dedicada a Don Santiago Bernabeu. Desde ahora, y hasta el fin de los tiempos, será recordada como la ciudad en la que disputé mi primera Media Maratón por debajo de 1 hora y media. Por los pelos, si, muy muy muy por los pelos, pero por debajo.


Si me hubieran dicho hace unos años, cuando empezaba a correr, que algún día derribaría esa barrera no me lo hubiera creído. Si me lo hubieran dicho el domingo, diez minutos antes de empezar a correr, tampoco. Pero el domingo fue el día, se alinearon los astros, el Ying y el Yang se pusieron de acuerdo y hasta el Dios encargado de la lluvia puso de su parte propiciando un microclima, en el lugar y a la hora adecuados, perfecto para correr. No se podía pedir más salvo que las piernas respondiesen. Y respondieron.

Como bien me recordó un amigo el mismo domingo por la noche, hoy puedo decir que existen dos clases de hombres en el mundo: los que han bajado de hora y media en Media Maratón y los que no. Por una vez yo estoy en el primer grupo