Una de las preguntas que más veces me han hecho los últimos años, sobretodo mi padre, es ¿Porqué corres?
Hay gente que, en estos casos, respondería que lo hacen por salud, bienestar, relajación, etc.…Yo no estoy en éste grupo. Respeto, e incluso admiro, a la gente que es capaz de salir a correr únicamente por el placer de correr. Yo lo hago, ocasionalmente, pero sé que a la larga terminaría dejándolo. No es suficiente.
Yo corro, habitualmente, porque tengo un objetivo y es ésta meta la que me motiva para salir a correr. Si no pensara en los días que me quedan para el maratón no sería capaz de levantarme a las 8 de la mañana, el día de Navidad, para salir a hacer unas series, imposible.
Esto lleva inevitablemente a la otra gran pregunta: ¿Por qué tanto esfuerzo para quedar en el puesto 867 de una carrera, llegando una hora después del ganador? Esta sí que es difícil de responder, mucho menos explicar, a alguien que nunca se ha situado en la línea de salida de un maratón.
La respuesta, en mi caso, está en la sensación de superación personal, siempre enfrentada a la posibilidad, presente y cercana, del fracaso.
Durante años he practicado infinidad de deportes y en todos ellos me ha jodido enormemente perder, desde pequeño. Lo mismo daba una pachanguita de fútbol sala que un partido oficial de baloncesto: si hay que jugar se juega, y nos divertimos, pero al final, si ganamos, mejor. En todos estos deportes el ganador estaba claro: el que más goles o puntos tuviera. No había lugar a la interpretación.
Hace unos años que dejé todos los deportes excepto la carrera a pie. No compensaban los dolores y las lesiones el ganar un partido de solteros contra casados. Y entonces, cuando me centré en las carreras, fue cuando descubrí al rival mas fuerte que jamás he tenido: yo mismo, y lo que es peor, yo mismo con un cronómetro. Por muy bien que me salga una carrera siempre habrá una vocecita en mi interior diciéndome que podría haber bajado el tiempo unos segundos.
En el mejor de los casos, si la carrera ha sido realmente excepcional, la vocecita aparecerá solo para marcar el objetivo del año siguiente: “Has estado bien, vale, disfruta, pero el año que viene hay que rebajarlo diez minutos. Ah!, y fulanito ha vuelto a ganarte, a ver si espabilas”. Y tu te quedas dándole vueltas al entrenamiento para el año que viene y a qué hará fulanito para acabar ganándote siempre.
El año siguiente, tras meses de sacrificio y entrenamiento, si logras alcanzar el objetivo establecido, es cuando aparece la sensación de superación, es cuando el corredor 867 alcanza su momento de gloria (particular, intransferible y rara vez comprendida). Es una sensación brutal, indescriptible, adictiva. Pero efímera. La voz interior siempre vuelve y marca nuevas metas.
Ahora ha vuelto y ha lanzado su reto: “Maratón de Valencia 2010, 3 horas y 15 minutos. ¿Te atreves?”