jueves, 20 de agosto de 2009

Seven Waters


Que el corredor popular es un ser con claras tendencias masoquistas es una verdad irrefutable, sin lugar a dudas. Cuando alguno, metido hasta las trancas en la vorágine atlética, empieza a dominar las distancias cortas siempre piensa en ir aumentando el kilometraje. Por supuesto, la última parada, el final de trayecto, es el maratón. ¿Si se puede sufrir durante más de tres horas, o cuatro, porque hacerlo menos?

Otra prueba confirmatoria de esta teoría se da en el Gran Fondo Internacional de Siete Aguas. En la Comunidad Valenciana menudean, a lo largo del verano, las carreras populares. La mayoría de ellas se desarrollan en distancias de 8 kms, aproximadamente, en circuitos llanos. El 90% de las poblaciones de la comunidad son llanas. Sin embargo, para la mayoría de los corredores el gran objetivo del verano está en Siete Aguas. Allí se desarrolla una carrera de algo más de 15 km en un circuito inhumano de subidas y bajadas con pendientes de hasta el 24% de desnivel y acompañado, habitualmente, de un insoportable calor. Creo que Dante trató de reflejarlo en la Divina Comedia pero al final lo desechó por ser demasiado cruel.

Con todas estas consideraciones previas resulta obvio que no pudimos desoír la llamada de la Naturaleza y acudimos a nuestra cita anual, una de ellas, con el sufrimiento y el dolor. ¡Qué divertido es esto de correr!

Muchos menos Climaturios que otros años en la linea de salida esta edición. En anteriores citas habíamos llegado a presentar equipos de entre 10 y 12 representantes, pero esta vez la cosa quedó en 6 valientes.
Acudimos desde la costa el máquina Gustavo y un servidor. Mi objetivo, bajar de 1:15. El suyo, salir a rodar a tope pero tranquilo. Lo de "a tope pero tranquilo" no se si definirlo como un oximoron, una incongruencia o una vacilada. Lo dejo al gusto del consumidor. Una vez en Siete Aguas nos encontramos con Vicente y Ramón, que llevaban similar objetivo que Gustavo, Ignacio, con el mismo que yo y Jose Mª, sin objetivos conocidos.
Tras la recogida de dorsales y el calentamiento y oraciones oportunas nos pusimos en posición para la salida. El problema de acudir a estas citas con la élite del equipo es que te hacen estar en linea de salida 15 minutos antes para coger sitio. Eso sí, lo cogimos.
Pistoletazo y para allá que nos vamos. La carrera, como ya he dicho, es una sucesión constante de subidas brutales, que te machacan las piernas, y bajadas alocadas que, por increíble que parezca, son igual de dolorosas, o más, que las subidas. Particularmente empecé la carrera con buen ritmo, encontrándome bastante cómodo hasta el km 9 aproximadamente. Ahí empecé a sentirme muy justo de fuerzas y me dediqué a conservar el margen de tiempo que había ganado sobre mi objetivo. Al final resultará que voy aprendiendo y ya no corro como un pollo sin cabeza.
Finalmente llegué a meta con un tiempo de 1:13:30, cumpliendo así con mi objetivo. El resto del equipo también cumplió así que todos nos fuimos a casa, como se suele decir, cansados pero contentos.

Ahora podría decir que la carrera es tan dura que no pienso volver pero sería una tontería. Salvo sorpresa mayúscula allí estaré el año que viene en la linea de salida, mirando de reojo a la subida de la urbanización, y preguntándome, como cada año, ¿Quien me manda a mi meterme en estos líos?.

PD: La jornada nos trajo la feliz noticia del podio conseguido por un impenitente climaturio en un pueblecito de Cuenca. Enhorabuena a los premiados. Espero que nos cuentes qué se ve desde ahí arriba.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Apretando

Enric era mi vecino. Pared con pared, como se suele decir. Tenía parálisis cerebral y vivía anclado a una silla de ruedas desde que nació, hace 13 años. El pasado 1 de agosto Enric murió. Desconozco las causas exactas pero asumo que su enfermedad tenía consecuencias aparte de las obviamente visibles.
Me enteré una semana tarde. Me encontré por casualidad con su madre que me lo dijo. Estaba entera, pero su cara reflejaba las lágrimas que había derramado. Hace apenas un año no habría sido capaz más que de tratar de imaginar el dolor que siente. Ahora puedo imaginarme en su lugar y, solo haciéndolo, siento un tremendo vacío en el estomago.
Me preguntó por mi hijas y yo, que en cualquier otro momento hubiera ejercido de orgulloso padre mostrando fotos y explicando avances, sorteé la cuestión con rapidez casi avergonzado de mostrarle mi felicidad en estos momentos de dolor para ella.
Al menos un consuelo dijo tener, si así se puede considerar. Se sentía reconfortada de saber que su hijo se iba a reunir, allá donde fuera, con su padre y su hermana. Yo conocía su condición de viuda pero no que ya hubiera perdido una hija con anterioridad. En apenas 40 años ella ha pasado más momentos dolorosos que muchos en toda una vida.
Dice la sabiduría popular creyente que Dios aprieta pero no ahoga. Me inclino por pensar, parafraseando al dúo Gomaespuma que Dios, cuando aprieta, ahoga pero bien.