Anda el personal revuelto con la eliminación de Rafa Nadal en Roland Garros. Nadie en su sano juicio hubiera pensado que le iba a mandar para casa un sueco en octavos de final, pero así ha sido y tiempo y expertos habrá que expliquen mejor que yo las causas y consecuencias de la debacle parisina. Por mi parte solo puedo decir que me sabe mal. El chico me cae bien y hubiera preferido que ganara pero como no creo que el tema le quite el sueño, más allá de un par de días, pues a mi tampoco.
Lo que parece que coleará durante un poco más de tiempo es la actitud que han tomado los franceses hacia él. Por lo visto a nuestros queridos vecinos empezaba a tocarles la moral que un español ganara cinco veces seguidas su torneo, más teniendo en cuenta que eran sus cinco primeras participaciones, y se encargaron de mostrar, sin disimulos, su ánimo incondicional al rival de Rafa y su alegría cuando se consumó la derrota.
Ejerceré, por un momento, de abogado del diablo para decir que, por un lado, no creo que todos los franceses desearan la derrota de Nadal y, por otro que tampoco creo que todos los presentes en las gradas fueran franceses. Supongo, además, que algo de intento de apoyo al débil habrá habido. Supongo.
Tras este paréntesis, leña al mono.
No hablaré como experto porque solo he estado una vez en París pero en el fondo, y desde mi humilde experiencia, no me extraña para nada la actitud de, pongamos por ser generosos, una parte del público francés.
Anduvimos por allí mi mujer y yo hará justo un año, se estaba celebrando la segunda semana de Roland Garros en aquellos momentos. Debo decir que, como ciudad, París es, sin duda, la más hermosa de las capitales que he visitado. Me falta visitar muchas, Londres entre otras, pero dudo que ninguna la supere. Cualquier calle, plaza, parque o avenida tiene algo que las hace inconfundible, algo que hace que dar un simple paseo sea una experiencia única. Todo eso sin contar con que desde casi cualquier punto de la ciudad puedes admirar la grandiosa Torre Eiffel. Si cabe la posibilidad de que una persona se enamore de un objeto, reconozco que a mi me sucedió con ella.
Pero claro, nadie es perfecto. París tiene un único pero gran defecto: los parisinos. Parece mentira que una ciudad que recibe al año a millones de turistas esté tan poco interesada en atenderlos correcta y educadamente.
En nuestro caso particular tuvimos algunos problemillas con el idioma. Uno puede llegar a entender que un camarero de hotel solo hable francés, a pesar de que en el hotel, y a groso modo, podía haber gente de cinco o seis nacionalidades diferentes. Pero bueno si no sabe, no sabe, ¿que se le va a hacer?. También puedes entender que el recepcionista hable solo inglés además del francés. Vale, es el idioma universal y como nos defendemos medianamente bien pues no pasa nada. El problema viene cuando, tras pasarte seis día hablando con el tipo en ingles, afrancesado el suyo y españolizado el nuestro, el tipo se despide de ti el último día en perfecto castellano. Vamos, que te da por pensar que, o bien su padre, o bien alguno de los señores que se tiraban a su madre, provenía de este lado de los Pirineos.
No os contaré nada del transporte aeropuerto-hotel-aeropuerto porque merece una entrada ad hoc.
Dicho todo lo anterior reitero, una vez más, mi admiración por la ciudad de París y me reafirmo en mi idea de volver en cuanto pueda e, incluso, si se diera la ocasión, irme para allá a vivir y convertirme en un parisino más. Chovinista, malcarado y cabrón.
Lo que parece que coleará durante un poco más de tiempo es la actitud que han tomado los franceses hacia él. Por lo visto a nuestros queridos vecinos empezaba a tocarles la moral que un español ganara cinco veces seguidas su torneo, más teniendo en cuenta que eran sus cinco primeras participaciones, y se encargaron de mostrar, sin disimulos, su ánimo incondicional al rival de Rafa y su alegría cuando se consumó la derrota.
Ejerceré, por un momento, de abogado del diablo para decir que, por un lado, no creo que todos los franceses desearan la derrota de Nadal y, por otro que tampoco creo que todos los presentes en las gradas fueran franceses. Supongo, además, que algo de intento de apoyo al débil habrá habido. Supongo.
Tras este paréntesis, leña al mono.
No hablaré como experto porque solo he estado una vez en París pero en el fondo, y desde mi humilde experiencia, no me extraña para nada la actitud de, pongamos por ser generosos, una parte del público francés.
Anduvimos por allí mi mujer y yo hará justo un año, se estaba celebrando la segunda semana de Roland Garros en aquellos momentos. Debo decir que, como ciudad, París es, sin duda, la más hermosa de las capitales que he visitado. Me falta visitar muchas, Londres entre otras, pero dudo que ninguna la supere. Cualquier calle, plaza, parque o avenida tiene algo que las hace inconfundible, algo que hace que dar un simple paseo sea una experiencia única. Todo eso sin contar con que desde casi cualquier punto de la ciudad puedes admirar la grandiosa Torre Eiffel. Si cabe la posibilidad de que una persona se enamore de un objeto, reconozco que a mi me sucedió con ella.
Pero claro, nadie es perfecto. París tiene un único pero gran defecto: los parisinos. Parece mentira que una ciudad que recibe al año a millones de turistas esté tan poco interesada en atenderlos correcta y educadamente.
En nuestro caso particular tuvimos algunos problemillas con el idioma. Uno puede llegar a entender que un camarero de hotel solo hable francés, a pesar de que en el hotel, y a groso modo, podía haber gente de cinco o seis nacionalidades diferentes. Pero bueno si no sabe, no sabe, ¿que se le va a hacer?. También puedes entender que el recepcionista hable solo inglés además del francés. Vale, es el idioma universal y como nos defendemos medianamente bien pues no pasa nada. El problema viene cuando, tras pasarte seis día hablando con el tipo en ingles, afrancesado el suyo y españolizado el nuestro, el tipo se despide de ti el último día en perfecto castellano. Vamos, que te da por pensar que, o bien su padre, o bien alguno de los señores que se tiraban a su madre, provenía de este lado de los Pirineos.
No os contaré nada del transporte aeropuerto-hotel-aeropuerto porque merece una entrada ad hoc.
Dicho todo lo anterior reitero, una vez más, mi admiración por la ciudad de París y me reafirmo en mi idea de volver en cuanto pueda e, incluso, si se diera la ocasión, irme para allá a vivir y convertirme en un parisino más. Chovinista, malcarado y cabrón.
2 comentarios:
No te pega ser francés.
De acuerdo con lo de París. He estado dos veces (la segunda de ellas a correr, en una competición universitaria. Pasamos una semana fabulosa) y, si no pasa nada, volveremos en octubre.
Confieso que una de mis mayores ilusiones es la de invadir Francia. Dejaría cada piedra en su sitio pero, franceses, pocos.
Y pobres franceses. Llevamos cuatro Roland Garros y tres Tours seguidos. Y ellos ni se acuerdan del último que ganaron (Noah 83 e Hinault 85). A cascarla.
Avisame cuando vayas a invadir Francia, aunque a falta de invasiones siempre podemos acercarnos a corre el maratón de París.
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