Castellón. Año 1994. Primavera. Una hora indeterminada, entre las cinco y las ocho de la tarde, en un aula de la Facultad de Empresariales.
Cerca de cincuenta alumnos atienden, atendemos, a la explicación de un desmotivado profesor. Creo recordar que era la clase de Contabilidad, o tal vez fuera Historia, lo mismo da. Yo ocupo mi sitio en una de las últimas filas de la clase.
En mitad de la explicación una de las puertas se abre y entra en el aula un joven. Como suele suceder en estos casos toda la gente mira al recién llegado, acto seguido la práctica totalidad de la clase se gira hacia mí. Yo continúo mirando al nuevo, sorprendido y algo avergonzado por este protagonismo no deseado. Unos segundos después el chaval da media vuelta y se va por donde ha venido. Yo me quedo allí, pasmado, viendo como se cierra la puerta tras él.
Dicen que, en algún lugar del mundo, todos tenemos un doble idéntico. Aquella tarde, en aquella aula, el mío vino a verme.
Cerca de cincuenta alumnos atienden, atendemos, a la explicación de un desmotivado profesor. Creo recordar que era la clase de Contabilidad, o tal vez fuera Historia, lo mismo da. Yo ocupo mi sitio en una de las últimas filas de la clase.
En mitad de la explicación una de las puertas se abre y entra en el aula un joven. Como suele suceder en estos casos toda la gente mira al recién llegado, acto seguido la práctica totalidad de la clase se gira hacia mí. Yo continúo mirando al nuevo, sorprendido y algo avergonzado por este protagonismo no deseado. Unos segundos después el chaval da media vuelta y se va por donde ha venido. Yo me quedo allí, pasmado, viendo como se cierra la puerta tras él.
Dicen que, en algún lugar del mundo, todos tenemos un doble idéntico. Aquella tarde, en aquella aula, el mío vino a verme.
1 comentario:
Coge Cortázar esta historia y te construye un relato en el que, al final, no sabes si eres el que estaba en clase, el que entró, los dos o ninguno.
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