miércoles, 22 de abril de 2009

Las chicas son guerreras


(Puede que me haya quedado un poco machista. Ha sido sin querer, nada más lejos de mi intención.)

Tuve hace tiempo una compañera que dio sus primeros pasos en la empresa como becaria, posteriormente llegó a jefa de producción.

Se presentó en mi oficina una mañana a principios de verano con el entusiasmo que solo puede irradiar un recién licenciado. Ese ardor, esas ganas de comerse el mundo, en fin, la juventud, divino tesoro.

Llegó, decía, y, tras ponerse al día del funcionamiento de la oficina y una breve entrevista con la jefa de obra, se marcho hacia la obra con la misión de controlar de primera mano los trabajos que allí se efectuaban, supervisando a los encargados de obra.

Al cabo de menos de dos horas ya había llamado el encargado de obra diciendo que si aquella chiquilla volvía a pisar la obra él se iba. Lo que se dice entrar por la puerta grande.

Dejando a un lado el talante poco dado a las supervisiones de los encargados, diría que mi compañera era, y supongo que sigue siendo, de esas mujeres que, para contrarrestar un posible rechazo machista o para evitar posibles acusaciones de debilidad femenina en un ambiente eminentemente masculino, entran mordiendo a todas partes, sobretodo en el ámbito laboral. Podríamos llamarlo agresividad preventiva.

En un momento puntual hará unos años, y excluyendo a los encargados de obra, todos mis compañeros de trabajo eran mujeres, ocho para mí solo en una caseta de obra. El ambiente de trabajo era irrespirable. Se habían creado dos grupos enfrentados entre sí con algunos individuos neutrales, yo entre ellos, y la tensión se mascaba a diario. Las asociaciones feministas se quejan, a menudo con razón, del trato que reciben las mujeres por parte de los hombres en los centros de trabajo pero alguna vez deberían fijarse en el trato que se dispensan las mujeres entre sí. Es como una especie de imitación de la película “Los inmortales”: solo puede quedar una.

Cuando, tras unos meses, se contrató un ayudante de jefe de obra, un hombre, os aseguró que lo recibí como si un hermano volviera de la guerra, casi con lágrimas en los ojos, y eso que ni siquiera le gustaba el fútbol.

2 comentarios:

El Impenitente dijo...

Suerte tienes tú que tratas con mujeres.

Pocas jefas de obra hay, y nunca me fue mal con ellas. Pero tuvimos una ingeniera que entró en la oficina que nunca hizo nada. Pero nada. Duro poco, claro. La culpa era nuestra, que no la motivábamos. El tema, que luego traté con más gente, era que parece que estas nuevas generaciones cuando han terminado sus estudios ya han llegado y es un lujo para el mercado laboral recibirlos. No tienen nada qué aprender. Humildad, ninguna. Aquí estoy con mi enorme potencial, motivadme, aprovechadme. Una pena. Una inútil. E insoportable. Eso sí (por proselitismo machista) tenía un culo muy bonito.

GARRATY dijo...

Te cambiaba la tuya por las mías sin pensarmelo dos veces. Las mías eran muy trabajadoras y estaban, la mayoría, muy preparadas. Aquí termina todo lo bueno que se podía decir de ellas, de la mayoría. Tampoco sería justo meterlas a todas en el mismo saco. Eso sí, ninguna tenía un bonito culo.